V Una historia de amor (David Calvo, publicado en Revista Minatura 133, especial Vampiros)

                     

                           V, UNA HISTORIA DE AMOR


"He cruzado océanos de tiempo para llegar hasta tus labios", susurra Stoker mientras le besa el cuello.
Lucie suspira, intenta aguantar la náusea que se acumula en su garganta y piensa “vamos, eres actriz, una buena actriz, pon los ojos en blanco y finge que lo deseas con toda tu alma”.


Stoker sigue acosando, sin descanso, sus sentidos con promesas de amor  que a Lucie no le importan nada. Pero es lo que tiene que soportar si quiere aprovecharse de Stoker y su influencia para conseguir un puesto de actriz principal con el gran Henry Irving.

A veces, Lucie desearía que Florence, la mujer de Stoker, entrara por la puerta del camerino y descubriera a lo que se dedica su marido en su tiempo libre. Oh, qué divertida iba a ser esa escena.

De repente, siente un intenso dolor en su cuello. Los dientes de Stoker se han cerrado sobre su carne, desgarrándola. Lucie lo aparta, empujándolo contra las perchas donde se acumulan los vestidos de la función. Se toca la herida y nota la humedad de la sangre resbalando por su piel. Insulta y maldice a Stoker que emite disculpas teñidas de rojo.

Las siguientes noches, Lucie tiene que llevar un pañuelo para camuflar la mordedura. El quinto día, la carne alrededor de la herida empieza a pudrirse. Pronto llega la fiebre. Lucie pasa sus últimos días en la cama de su pensión, delirando, con su cuerpo devastado por una tormenta de sudor helado y maloliente.

Stoker acude a verla una tarde. Se sienta al pie de la cama, en silencio, contemplando con una fascinación casi morbosa sus temblores, su piel pálida, sus labios rojos. De repente, Lucie se incorpora y señalando a un rincón oscuro, con los ojos enloquecidos por el terror,  grita ¡Strigoi! ¡Strigoi! y, agotada por el esfuerzo, se desvanece.

Stoker examina las sombras creadas con la última luz del día y, durante un segundo, ve una figura alta, oscura, desvaneciéndose en un crujir de telas viejas. Stoker saca una pequeña libreta y apoyándola en sus rodillas comienza a escribir acompañado por la mortecina respiración de Lucie. Acaba de tener una idea.

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