Selacofobia (David Calvo, publicado en Revista Minatura 126 especial Fobias)

                                                                  
                   

                                                             SELACOFOBIA


Es majo pero raro, piensa Sara al culminar, con éxito, otro largo (¿el vigésimo quinto? ¿El trigésimo? Qué mas da) en la piscina del hotel. Son las primeras vacaciones que pasan juntos.
Ante las ya clásicas opciones de playa o montaña, Sara eligió la primera porque le encanta nadar.

Algo que Enrique no comparte en absoluto.

Mientras, ella está en la piscina, deslizándose en el agua, una y otra vez,  Enrique se queda tumbado en la toalla, arrancando briznas de césped mientras lee un libro de Juego de Tronos (¿el tercero? ¿El quinto? qué mas da).

Cuando Sara le preguntó por esa extraña aversión a mojarse, él le contestó que tenía miedo no, absoluto terror a las cosas que podían estar nadando en el fondo, lejos de la luz, cosas con dientes como cuchillas, hechos para desgarrar la carne.

¿Incluso en la piscina?, le preguntó Sara.

Incluso allí.
Lo dicho, decidió Sara, majo pero raro.

Aparte de eso, es un tío genial, de verdad. Caballeroso, divertido, ingenioso y con una sonrisa preciosa. Un encanto, vaya. Supongo que podré vivir con esa manía, suspiró Sara.

Esa noche, Sara sueña con aguas oscuras y sombras nadando veloces entre sus piernas, rozándola con sus escamas frías, arrancando con deleite la piel blanda de sus muslos. Se despierta mareada, con un sabor extraño en la boca, como si hubiera tragado agua de sal.

 A la mañana siguiente, Sara permanece tumbada junto a Enrique, bajo un sol inclemente. ¿Hoy no te metes en el agua?, le pregunta él. No me apetece mucho. Media hora más tarde, ha llegado a la conclusión de que esta siendo un poco tonta. Sólo es un sueño, nada más.

Así que empezó a nadar. El chapoteo es como una banda sonora de ambiente junto con el murmullo del viento entre las palmeras y los gritos desesperados de los pájaros. Por eso, Enrique no se da cuenta de que ya no oye a Sara hasta que pasan varios minutos. Se acerca a la piscina, con cuidado, hasta que está casi en el borde que anticipa el terrible azul y se asoma al abismo. Sombras veloces se agitan en la oscuridad, aún hambrientas. Una hoja de árbol cae al agua y se queda flotando como si nada más importara.

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